Yo, Angélica Coronilla,
elijo consagrar mi historia.
No vengo a enseñar desde la perfección, sino desde la humanidad vivida, integrada y honrada.
Vengo a recordar que el cuerpo es un templo, y que cada síntoma es un lenguaje del alma.
Sostengo espacios donde las mujeres vuelven a sí mismas, no desde la prisa, sino desde el permiso.
Donde se bajan del deber para encarnar el placer.
Donde llorar, menstruar, descansar y gozar son rituales sagrados.
Donde sanar ya no es corregirse, sino consagrarse.
No me interesa construir imperios desde el sacrificio.
Mi negocio es una extensión de mi alma.
Mi tiempo es sagrado.
Mi presencia, medicina.
Mi voz, canal.
Y si con lo que soy, puedo recordar a otra mujer lo que ella ya sabe…
entonces todo habrá valido la pena.